Duermo
bien pero me despierto inquieto por si no me sonó el despertador y había dejado
colgada a la tal Alexandra, la del curso de diving. Me pongo el bañador y bajo
aún con los ojos pegados. Hablo con un negrito. Me dice que no son aún las
siete. Mierda. Vuelvo a la cama. Duermo. Suena el despertador. Estoy muerto. Lo
dejo sonar un poquito. Me levanto. En el apartamento no hay de nada, por no haber no hay ni papel
de water. De hecho anoche había luz y agua. Hoy ya no hay ni de lo uno ni de lo
otro. Bajo. Una negrita sale de su casa. Es vecina mía. Le pregunto por Eric,
el encargado. Me dice que es su marido, que ahora lo llama. Sale un tipo súper
mazas. Es español. Parece ser que hace Tai Chi. Me explica las reglas. Y yo
le digo que vale. Cualquiera le dice que no. Ya es la hora de Alexandra. Me
acerco al mercado. Ahí está. En una especie de carrito, como esos eléctricos de los campos de golf. Me hace subir. Le digo que no he desayunado. Para en una gasolinera.
Desayunamos. Primeros 5€. Y primer cambio a su bola. El 1-110 se convierte por
la patilla en 1-100. Creo que será la tónica. Me relajo y me dispongo a
disfrutar del viaje de Cabo Verde. Llegamos al club de diving. Me ponen unos
vídeos. Los ojos se me van cerrando. Los completo y relleno los cuestionarios.
Apruebo. Alexandra me vuelve a casa. Mañana haremos piscina. Y acabaré con los
cuestionarios que me faltan.
Mediodía
Es
mediodía. Toca comer. Entro en un chino. Compro de todo. En casa no hay de nada.
Me dejo cerca de 30€, que junto con los 5€ del desayuno, los 13€ del pirata y
los 15€ del taxi me advierten de que la cosa me va a salir bastante cara.
Decido comer en casa para romper un poquito con el consumo bestial. Me dispongo
a cocinar unos noddles. No tengo agua embotellada. Bajo al chino. Compro. Subo.
Me dispongo a encender el fuego. No hay mechero. Bajo. Compro. Subo. Preparo los noodles y como.
No
tengo Internet. Alexandra me dijo que hasta el lunes que me olvide, que ya me
compra ella la tarjeta, 10€, que si voy yo son 40€. Aquí para casi todo hay dos
precios: el precio para el local y el precio para el turista.
Me
encanta Cabo Verde. El paisaje es muy emocionante: las pocas gentes por las
derruidas calles, los niños negritos súper felices aún sin nada.
Ayer,
en el vuelo a Sal leí 'El principito', en mi eBook, el Kindle, el de Amazon. Me
emocioné como todas las veces. Esta vez la emoción se dilató bastante. Estoy súper contento. Y me pregunto, ¿qué haría yo sin poder leer
regularmente 'El principito'?. Seguro estaría totalmente deshumanizado. Me alegra
comenzar esta aventura con el corazón y el alma ya un poco preparados. Buen coaching pues 'El principito'.
Tarde
Salgo
a investigar un poquito. Quiero situarme, saber dónde están las cosas en el
pueblito. Salgo de casa. Eric me ha comentando por la mañana que son ocho
calles paralelas y se acaba el pueblo. También me dijo hacia donde estaba el
centro. Así pues salgo aunque algo temeroso. Lo más que me he alejado son tres
calles. Y lo del diving sí era más lejos pero me llevó y me trajo Alexandra. Llego
al centro. Entro en una tiendita de cuadros y figuritas talladas en madera. El
tío ya lo veo, es de esos que no acepta un no, como si fuera Marruecos. Me dice
que le diga cual me gusta. Le digo que muchas, que me diga el precio de
algunas. Me responde que no, que de cual quiero saber el precio. Dos
minutos eligiendo y al final le señalo un par de bustos planos para colgar en
la pared. Me dice que 49€, pero que a mi me los deja los dos por 45€. Buff!, ya
ves, 45 eurazos. Paso. Le digo que gracias, que no me parece caro pero que no. Me
dice que cuánto estoy dispuesto a pagar. Le digo que no, que otro día. Me dice
que es domingo, que en domingo a penas vende, que me los deja por 37€. Le digo
que no. Me dispongo a marchar. Me insiste que le diga un precio. Le digo 20€ y
se sorprende de lo baja de mi oferta. Me dice que vale, que 25€ y me los pone
en una bolsa. Acto seguido me los pone en la mano. Se los devuelvo. Le digo que no. Me los
vuelve a pasar. Me dice que 22€. Los dejo en el suelo. Los recoge y me los
vuelve a ofrecer. Cerramos el trato por 20€.
Lo
mismo pero en la siguiente tienda. Esta vez es un jueguito hecho en ébano. Me
dice que vale 25€ pero que me lo deja por 20€. Le digo que no, que gracias. Me
dice que le he caído bien, que por 18€ puedo llevármelo. Le digo que no. Me
pregunta que cuanto. Le digo que 10€. No cuela. Me deja ir. Luego, durante la
tarde, me pasaría varias veces por la calle de la tienda para que, al verme el tendero, me
hiciera una oferta mejor. Paso por delante. Le levanto el índice. Me lo levanta.
Intercambiamos una sonrisa. Pienso, va cabroncete, que por 15€ me lo llevo,
pero el tío no se ofrece. Paso de largo. No importa. Aún es el primer día.
Confío en sacárselo antes o después. Eso sí, sin demostrar demasiado interés.
Eso lo hice el Shanghai y me quedé sin la carterita larga a juego con la corta.
La
gente medio vive en la calle. Pero sin aglomeraciones. Los niños corretean
descalzos por las calles. Son felices. La música se oye alta en algunos bajos.
Se montan fiestas de manera espontánea. Y no viene la policia. A nadie molesta.
Es magnífico.
Llego
a la playa. Espectacular. La arena blanquísima y el agua en varias tonalidades,
una turquesa. También aquí parece que la gente viva en la playa. Tienen montada
una pasarela de madera y la gente la transita y se lanza al agua. El agua se ve
cristalina. Qué envidia. Y además, debe incluso de estar caliente. Corro al
apartamento y vuelvo con mi equipo de snorkel, malla incluida. Entro al agua.
Está fresquita. Me acerco a la base de la pasarela. Esta lleno de peces, algunos
chicos y otros grandes. Esto es la gloria. ¿Cómo puede existir un reducto
tan paradisíaco y que aún no se lo hayan cargado? Tal vez tenga que ver con la
distancia y los precios de los pasajes. No importa. Es una suerte y una fortuna,
hoy para mí.
Vuelvo
a casa. Me para un tipo. Ya me preparo para que me pida dinero, pero sólo se
ofrece para cualquier actividad. Dice que las conoce todas y que todas al mejor
precio. Incluso submarinismo. Le digo que ya lo contraté pero que me pase el
número, que le llamo para cualquier otra cosa que requiera hacer. Me lo pasa.
Paro a hablar, esta vez en francés, con un senegalés y con otro tipo de no sé donde
que regentan un cyber. Les digo que quiero cenar pescado. Me dicen que al lado
del campo de fútbol. Seguro que no lo encuentro. Efectivamente. Imposible. Tal
vez mañana conozca más de Santa Maria. Entro en un chino para comprar un par de
cosas. Me encuentro de nuevo al tipo de antes. Habla inglés, francés, castellano
e, imagino, que lo que le echen. Le pregunto por el lugar del pescado. Me
acompaña a un par de sitios. Súper amable. Me muestra tres. Ha entendido que no
me quiero mezclar con los turistas y que quiero comer súper bien y a un precio
razonable. Que no importa que sea más o menos glamuroso mientras la comida sea
buena. Llego a donde la garoupa. Me pide dos euros. Se los doy encantado. Se los
ha ganado. Un súper guía y un súper contacto para mí. Tras la cena me lo vuelvo
a encontrar, siempre por casualidad. Le digo que necesito skype, me lleva al
cyber más barato y se va. Hablo con Fiorella y envío un par de emails. Berta
está que trina. No sé qué de que paso de ella. Le digo que se relaje, que estoy
en Cabo Verde, medio incomunicado.
Noche
Regreso
a casa. Quiero fiesta pero quiero hablar con gente. Ayer fue un fiasco. Espero
que hoy sea mejor. Me doy una vueltita y me vuelvo a casa. Ningún garito me he
resultado lo suficientemente atractivo para quedarme. No me apetece el pirata.
Además, estoy reventado. El día fue largo y lleno de emociones. Intento escribir
pero no puedo. El cansancio me supera. Mañana será otro día.
Alexandra, la monitora de diving, italiana, de Milán, en su especie de bugui
Equipos de buceo en el centro de diving:
neoprenos, de 5mm., bombonas de aire com primido, chalecos, etc.
Entre la Santa Maria de los coboverdianos y la de los turistas hay una zona desértica que atravieso, con Alexandra, cada mañana, para ir de casa al centro de diving
Mi calle y mi casa,
en la Santa Maria caboverdiana,
como las del resto de caboverdianos
Desde una de las tres terrazas de la casa se ve esto:
una ciudad a medio hacer y que a medio hacer quedará
Al llegar a la playa lo primero que me encuentro
es un stand del mítico kitesurfer Mitu
Negrita con cuerpazo, las hay por todas partes
Niños caboverdianos jugando en la playa,
cuánto color aquí y qué poco allá
El 'pontón', es el centro de la ciudad,
aquí es donde hay que venir a comprar el pescado fresco cada mañana
Aguas cristalinas azul turquesa
Barquitas de pescadores,
sus mujeres venden el pescado que ellos cada mañana traen en el pontón
Jóvenes y niños se divierte en las mansas aguas del mar a orillas del 'pontón'
Bustos tallados en madera,
precio de salida: 45€, precio final: 20€, me gustan mucho
Cena fruga: garoupa con guarnición, 600 CVE, algo menos de 6€, buenísimo!
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